Margarita
Dura como una roca,
bella como una nube:
la margarita.
(2013)
La gardenia
Hace ya algunos años mi buena amiga G. nos regaló un hermosísimo arbolito de gardenia. Un árbol precioso que inmediatamente transplantamos a un tiesto mayor para que tuviera espacio, y que hemos estado cuidando durante mucho tiempo. Enseguida le buscamos su rincón, luminoso pero sin sol directo, le rociábamos las hojas verdes y lustrosas y alimentábamos la tierra ácida con hierro, como nos habían indicado. Y los cuidados fueron recompensados durante años. Estábamos verdaderamente orgullosos de nuestra gardenia. Verde en invierno, avanzada la primavera se iba cuajando de flores, y en verano, ya colmada, su bello y sugestivo olor inundaba el patio y el ambiente de alrededor. Los blancos y satinados pétalos iban amarilleando poco a poco hasta volverse casi de cera, secarse y morir no sin antes dar paso a una nueva flor. Verdaderamente podíamos presumir como lo hacíamos de su hermosura y excelencia.
Hace tres primaveras la planta comenzó a debilitarse y dejó de florecer, las hojas se fueron perdiendo para no recuperarse nunca más y ningún cuidado parecía servir. Resistiéndonos a deshacernos de ella la dejamos ese invierno y al año siguiente unos pequeños brotes parecían resucitarla y hasta nos obsequió con alguna flor. El año pasado, en cambio, no cambió; aunque conservó las hojas nuevas nada parecía reanimarla y al comenzar esta primavera ya habíamos decidido renunciar a ella, pues la creíamos derrotada.
Pero ahora, de nuevo, hace tan solo unos días, ya algo olvidada, un tenue perfume nos llamó la atención de nuestra gardenia y allí están, dos hermosas flores, perfectas, radiantes, olorosas y espléndidas. Como una demanda de ayuda, una señal de lealtad o de aprecio, como un gesto de agradecimiento. O quizá, quien sabe, como una bellísima despedida. Sin duda es solo un síntoma de resistencia. Sea como sea nos ha dado una alegría. Y, de momento, la seguiremos cuidando. Por si acaso.
Gardenia
Acaba de entrar
en mi casa
el olor de la gardenia.
Que quizá agradecida,
otra vez este año,
nos regala flores.
Como antes.
Envejecida y seca,
ya casi marchita,
ansía seguir estando.
Y florece, y nos habla.
Y nos regala flores
que alegran a la noche.
Otra vez, como antes.
Tímidamente llega,
a su casa y la nuestra,
como pidiendo amparo,
emanando hermosura.
Y cohibida se muestra.
Tremendamente hermosa.
Como siempre.
Y nos susurra
delicadas y olorosas
flores blancas:
fragantes y bellas,
inmensamente olorosas,
sutilmente perfumadas.
Acaba de entrar
en mi casa,
prematuramente,
como un preciado tesoro
como una cita a la vida,
como un milagro,
el olor de la gardenia.
(Mayo, 2012, 2014)
Adiós, camelia
Adiós, camelia,
adiós.
Te vas.
¡Hasta febrero!
(7, mayo, 2013-2014)
Azahar
¡Qué suerte!
Me saluda el azahar
a la puerta de mi casa.
¡Qué regalo!
Invade con su olor
el aire de la plaza.
Parece que, fiel,
y a pesar de todo,
vuelve la primavera.
Como siempre.
¡Qué alegría!
Que hoy esté
a la puerta de mi casa.
(2013)
Camelia
Con este mes de marzo
vuelves a mi casa,
que es la tuya.
Donde se te esperaba.
Como siempre.
Y llegas con retraso.
Tal vez, adormilada,
un tanto perezosa,
acaso, un poco triste.
Pero, por fin, regresas.
Sigilosa y prudente,
discreta eternamente,
casi muda.
Recato inalterable.
Sí, por fin regresas.
Despiertas. Y floreces.
Vieja amiga.
(Marzo, 2013)
La Jacaranda
La Jacaranda tiene el color
de la sangre de reyes antiguos,
y de príncipes destronados
que no conoció.
Guarda un llanto,
viscoso y espeso,
de nostalgias remotas
y de tiempos perdidos
en orillas lejanas.
Densos recuerdos
de tiempos que se fueron
y mundos que no existen.
Memoria triste,
que no le impide
desprenderse,
tan generosamente,
de sueños evocados
desde siglos
para poner a nuestros pies,
aquí, tan lejos,
una alfombra azul violeta
cargada de hermosura.
(Febrero, 2014)
Para facilitar el acceso a las nuevas entradas, a partir de ahora las iremos incluyendo al inicio de cada página, y no al final como se venía haciendo.
DE LUNAS Y FLORES… Y LUNAS
Guardo, desde hace años, un pequeño cuaderno personal -que voy ampliando de tarde en tarde- y al que he decidido titular De lunas y flores… y lunas.
A pesar de que esta noche nos alumbra una impresionante y majestuosa luna llena, de esas que llaman “super lunas”, hermosísima, sobrecogedora,… voy a asomar mi libreta a esta ventana empezando por las flores, por una flor especial. Ella nos ha alegrado buena parte del invierno, sutilmente, sin estridencias y, ahora, por estas fechas, se está despidiendo.
Aunque envuelta por la literatura, yo la considero increíblemente discreta, sin olor… de prudente. Ahora, con la llegada del buen tiempo, bien entrada la primavera, ya ha ido y va dejando paso a otras más olorosas y fragantes, más brillantes, más espectaculares y vivaces.
Pero para mí, particularmente, y por diversos motivos, goza de un sitio especial entre mis preferidas. También quizá porque es sencilla, robusta como un árbol y frágil como fina cera.
Hace algo más de dos años veía así su aparición. Ahora, con los mismos versos, la despido hasta la vuelta.
A la primera camelia de casa
Redonda, delicada y compacta,
de manos fuertes y de frágil tacto,
humilde en el aroma,
sin colorido apenas,
a veces, muriendo, silenciosa,
sin abrir los párpados siquiera.
Pero qué hermosa, que bella,
cuando abre, en mi patio,
en febrero, la camelia.
(febrero 2010)
Podría decirse que sobre la luna, las lunas -de cada día, de cada momento, de cada uno de nosotros-, todo, o casi todo, está dicho, está escrito. Pero no es así. Cada noche es capaz de hacerse diferente e iluminar o entristecer el mundo, de acompañar o abandonarnos, convertirse en espía, pero también, y sobre todo, en confidente, cómplice, consejera o en el momentáneo, fugaz, repentino o permanente objeto de nuestro deseo, de nuestros más íntimos anhelos.
Cada día, y cada noche sobre todo, si nos detenemos y le dedicamos un momento a su presencia, nos trae una o varias lunas, todas destinadas a cada uno de nosotros.
Y al contemplarla, casi siempre, nos sentimos protegidos. Porque esa es su mayor virtud y su gran secreto. Ese es el misterio que la hace tan fascinante: acompañarnos en la oscuridad, hacernos creer que nos atiende y que nos escucha.
Triste luna
Se me pasó la noche
acunando a la luna,
secando su tristeza,
cubriendo su blancura.
En un sueño inventado
con risas, con espuma.
La luna estaba triste.
(octubre 1994)
Luna compañera
Hoy ha muerto el sol,
y yo,
acompaño a la luna a despedirlo.
En su hondo sentimiento,
de tristeza blanca,
voy con ella.
Y en su pena redonda
yo la sigo.
(junio de 1997)
Menguante y amarilla
Hoy la luna parece,
una mueca,
una triste sonrisa
de la noche.
(febrero de 1995)
Amarilla luna llena
Mira la luna, rellena y amarilla,
cómo nos vigila desde ahí arriba:
cómo nos espía desde su cielo.
Ahora nos seguirá por todas partes,
vendrá detrás, hasta donde vayamos,
y se irá haciendo grande
y después pequeña.
Se irá enfriando mientras nos acompaña.
Y acabará por marcharse con el sueño,
quién sabe si hasta mañana.
(diciembre de 1999)
Luna de enero
Luna menguante de enero,
cortas el cielo,
con tu afilada hoja de pena blanca.
Ojo de cíclope del cielo,
luna redonda, párpado de plata.
Miras desde arriba
con tu anciana mirada,
con tu ojo terrible
que lo sabe todo.
Y me das miedo.
(1998-1999)
Luna llena
Está la luna
hinchada y perfecta,
redonda y colmada
enteramente.
Ha abierto su ojo
por completo.
Quizá quiere alumbrarnos
con idea protectora
y nos abre la noche
para no perdernos.
Tal vez su intención
sea otra y, orgullosa,
se crece cuanto puede.
Y que seamos nosotros
quienes la miremos,
mientras ella disfruta
engreída y repleta.
(octubre 2012)
Heridas de luna
La luna, esta noche,
deja ver sus heridas
redondas y profundas,
oscuras.
Muestra sus cráteres,
que son un misterio,
un enigma lejano
para el hombre.
La luna, esta noche,
descubre sus secretos:
profundas cicatrices
de otro tiempo
Luna blanca de enero
La luna es hoy
una fíbula de plata
que sujeta, como puede,
el manto de la noche.
Una hebilla de nácar
prendida en la cabellera
de la noche negra.
El párpado semiabierto
del mundo.
(Enero, 1995)
Camelia
Discreta, muy discreta.
Sencilla, muy sencilla.
Y un poco triste.
Así es la camelia.
La margarita
Amo la margarita,
porque no se conforma.
Y crece
hasta en la arena.
(Mayo 2013)
Jazmín
Has dejado en mí
el olor amargo
del jazmín.
Pero tan hermoso,
amor,
…pero tan hermoso.
Creciente luna
La hoja blanca y fría
de la luna,
afilada guadaña,
hace cortes a la noche:
infinitas rendijas
por donde sale la luz,
se escapan las horas
y entra la oscuridad
de la noche negra.
Y se cuela
el tiempo muerto:
la nada.
Otra luna
Bella luna de enero.
La de los cielos
no siempre claros.
La de los presagios
no siempre buenos.
(24 de enero de 2013)
Amapolas
Comienza el verano en la meseta castellana
Estas tierras llanas
quizá lo sean tanto,
porque el pesado cielo
las oprime y aplasta.
Con su atmósfera intacta,
ardiente, de tan pulcra.
O su colmada carga
de calima, blanquecina,
lechosa y caliente.
Y es tan espeso el aire,
está tan harto,
que entre el sembrado
y él, no cabe nada.
Si acaso, ese clamor,
apasionado y libre,
de las amapolas.
(Junio, 2013)
Hermoso…
Palabra más que suficiente, querido primo. Gracias y besos a todos.
«No la toques más, que así es la camelia», habría que decir, como Juan Ramón.
He intentado por tres veces cultivarla en casa sin éxito. Quizá no encuentro el sitio ideal de luces y sombras que sea de su agrado.
Seguro que sabías que la planta lleva el nombre de José Jorge Kamel, un jesuita contemporáneo de Kircher, experto en botánica. Fue destinado a la provincia jesuita de Filipinas, donde creó la primera farmacia científica en este país. Como curiosidad, no cobraba a los nativos por los remedios, sino que pedía a cambio palabras en las lenguas indígenas para ir completando un diccionario.
Deliciosa entrada, Mercedes, que describe (y lo borda) la discreta perfección de la camelia.
Hola Juan. Sabía de donde provenía el nombre, pero nada más. Te agradezco, ahora, la erudita información que aportas, que me da un motivo más para preferir esta flor.
Hemos comentado otras veces vuestro intento por tenerlas en casa. En una ocasión te dije, en broma, que yo le hablo en un idioma que entiende. Seguro que algún día lo consigues. De todas formas queda pendiente que vengais a ver la nuestra. Gracias por tu comentario. Besos a toda la familia.
La fragilidad de las flores y de la luna contrasta con la situación de este mundo en el que nos movemos, en el que nuestra fragilidad es bien distinta. Es una alegría que existan remansos alejados de tantas amenazas.
Por fortuna, Juan José, esa fragilidad de la que hablas también es hermosa. Y, muchas veces, un bálsamo ante lo que nos rodea, un pequeño refugio cercano, en lo cotidiano y sencillo. Y también una necesidad donde olvidarnos por un momento de tanta intimidación que nos ataca. Un beso.
Es precioso el homenaje que rindes a la Camelia, a pesar de ser tan frágil que fuerza transmite.
Por cierto la imagen es maravillosa.
gracias por estos versos
Así es. Esas delicadas flores provienen de un árbol fuerte y generoso. Me alegra que te guste, muchas gracias, a tí, Mariola. Y un beso.
me encanta tu blog, Mercedes: Tan sutil, fresco y directo….con la Luna.
Te animo a que continues.
Gracias, Antonio, por tu opinión y ánimo. Esa es la intención y el deseo, seguir, aunque pido disculpas por la pausa. Un abrazo para toda la familia.