La Fiesta de los Patios y el Barrio Alto

Patio con flores. Acuarela de Ángel Lara. Particular

El pasado fin de semana tuvo lugar la celebración de la “Fiesta de los Patios Portuenses”. Ya desde meses atrás se nos venía anunciando con diferentes noticias: presentación del cartel y pregón de la fiesta; aparición en FITUR; reportaje, llamémoslo curioso, de la periodista María Kupers en la revista Especial Live, publicación dirigida a extranjeros residentes en la Costa del Sol, etc. Todas ellas cubiertas con detalle por la prensa local.

Y ya el miércoles día 4 se nos informaba más pormenorizadamente de que tras una llamativa presentación en los reales Alcázares de Sevilla comenzaría el día siguiente, jueves 5, hasta el domingo 8 de este florido mes de mayo.

Variadas y numerosas actividades culturales en muchos de los 36 patios que han participado se programaron y han ido solapando durante todo el fin de semana en estos pequeños jardines. Era esta ya la vigésimo tercera edición de la fiesta. Como todos deseábamos y se esperaba, todo un éxito. Por lo que también me alegro especialmente.

Pues, vaya por delante, y quiero que quede clara, mi admiración, respeto y agradecimiento para todas aquellas personas y asociaciones que la hacen posible, -motivo por el que no se ha publicado antes esta opinión-. Y, por supuesto, también y sobre todo a la Asociación Amigos de los Patios Portuenses, sus voluntarios y a su alma, José Ignacio Delgado, Nani.

Esta asociación ha ido sacando adelante y difundiendo un valor importante de nuestro patrimonio más humano. A ella se han ido sumando instituciones, empresas y particulares y todos han ayudado a consolidarla.

Prueba de este aprecio personal es que en dos ocasiones he tenido la suerte de presentar el cartel anunciador y la fiesta. En la primera ocasión, si la memoria no me falla demasiado, se inauguraba entonces la segunda etapa por la que ha pasado. Una celebración que había ido encontrando un lugar en el calendario local y que volvía con nuevas energías y algunos cambios. En la segunda oportunidad, este nuevo periodo ya se había consolidado.

Y en ambas ocasiones, y puede que alguien lo recuerde, no pude evitar hacer mi particular reivindicación pues, desde muy pronto, y desde mi humilde opinión, la naturaleza que debía animar y hacer crecer la fiesta se había ido debilitando.

Porque cada una de las dos etapas las recibí con alegría, y dispuesta a participar, pues creí que por fin se ofrecía una oportunidad al Barrio Alto, sus casas, sus patios y sus gentes. Sin embargo, las dos etapas me desilusionaron por diferentes, aunque parecidas, situaciones que presencié y no vienen al caso. A todas luces, la fiesta había nacido y se proclamaba con vocación popular. Pero en el momento en que el acontecimiento se entrega en cuerpo y alma y bandeja de plata a cualquier institución deja de ser popular y se convierte en oficial. Y ahí, lo popular, ya no tiene cabida. Y creo que esto es lo que ha pasado con la gala de los patios.

Por eso, y dicho esto, me gustaría hacer una pequeña reflexión:

Me acerco al plano de su recorrido y me doy cuenta, como viene ocurriendo ya desde hace varios años, que los patios en su gran mayoría quedan circunscritos, salvo escasísimas excepciones, a una zona que va desde la calle Vicario y La Placilla hasta el río y que fundamentalmente son patios de entidades -oficiales, educativas, parroquiales, empresariales de diferente orden, hosteleras fundamentalmente- y particulares de una sola familia. No faltan los patios de casas palacio, bien sede ya de instituciones, bien particulares.

Sin quitar el interés, valía y esfuerzo que abrir estas puertas pueda suponer, se me viene encima la pregunta: ¿dónde están los patios del Barrio Alto? ¿Dónde queda el origen y el matiz popular de la fiesta? ¿En qué rincón de nuestra memoria colectiva hemos dejado olvidados a esa parte de nuestra ciudad y a sus gentes?

Como portuense me siento hija del Barrio Alto y como en el caso del poeta, sin intentar llegar a tanto -por supuesto-, mi infancia, y la mitad de mi vida son recuerdos de un patio, también de la gente que lo habitaba, que era mi gente, mi familia y vecinos -la otra familia de alguna forma-, y de lo que en él se hablaba y se vivía. También, por cierto, del patinillo o patio lavadero. Aquello era otro mundo a la hora de la colada, mágico y femenino, exclusivamente. Esa es otra historia a la que también me gustará acercarme.

Mis hermanos y yo, y mis vecinos de entonces, nacimos asomados a un patio, y desde él veíamos pasar la vida, la nuestra y la de esta cuidad que, para bien y para mal, ha cambiado tanto.

En los tiempos de mi patio particular quizá la vida fuera más incómoda, más humilde, pero la fiesta de los patios era permanente. Por aquel entonces, al menos, eran esos los únicos patios que estaban abiertos, esos eran patios de convivencia y de admiración del vecindario cuando estaban bien cuidados y rebosaban de plantas y de flores. El cuidado y esmero de todas las vecinas lo hacían posible. Eran casas en las que daba gusto entrar y atraían la mirada, el vistazo, de cualquier persona ajena que pasara por delante: la vecina que admiraba una planta, el colorido de las flores o pedía un “collito” o esqueje, a ver si lo conseguía sacar.

Había otros, cuidadísimos y preciosos, pero a ellos no había acceso, sólo la esmerada y ampliada mirilla de una cancela. No bullía en ellos la vida, ni los gritos y las voces, ni los olores. Estaba, por supuesto, pero de puertas adentro.

El patio era y creo que sigue siendo la carta de presentación de una casa y de los que viven en ella.

En aquellos patios comunitarios, de vecinos, se aprovechaba el fresco en las noches de los calurosos veranos y el agradable sol del invierno y de las primaveras mientras se conversaba del día a día o se hacían labores. Allí se compartía casi todo, lo que pasaba dentro de las casas que daban a él: lo bueno, lo malo, las celebraciones, las discusiones. Los vecinos conocían vida y milagros de todos los demás y, cuando era necesario, todos formaban parte de la gran familia que era la casa.

Los tiempos han cambiado, y mucho, y nada más lejos de la intención de estas palabras que la nostalgia. La evocación nos alimenta, pero la mirada debe ir hacia delante. De aquellos patios del Barrio Alto, como el que conocí y el que recuerdo ya no quedan muchos, pero en ellos estaba una parte muy importante de la esencia y vida portuense. Y no pueden ser olvidados.

Es esta una fiesta de todos, por supuesto y afortunadamente, como no podía ser de otra manera, todos tienen cabida, todos forman parte de nuestra identidad como ciudad, todos participan y cada uno de ellos tiene un atractivo singular y preciado precisamente valorado en sus diferencias. Pero creo que es el patio popular el que debe de ser la estrella de la fiesta, y a quienes lo habitan, las personas, las familias que quedan aún, pocas ya, por edad o por necesidad, hay que mimarlas y hacerlas sus protagonistas. Debe de ser difícil pero quizá con un pequeño presupuesto destinado especialmente para que sigan manteniéndolos y dándoles el singular protagonismo que muy pronto perdieron se puede conseguir.

Aquellas eran casas donde se apagaba la cal y siempre estaban aseadas, blancas, y en las que las vecinas limpiaban por turno las zonas comunes. Los interiores de las viviendas eran de cada uno, pero los patios eran de todos y había que cumplir esas buenas costumbres esenciales. Y a los pocos que aún quedan hay que mimarlos, convencer a sus vecinos, apoyar a aquellos que están dispuestos a asumir que forman parte de su mejora y adecentamiento y seguro que estarían orgullosos de participar y lucir su trabajo de todo un año. Emplear algunos fondos para adecentar los patios podría llevar a obtener esa pequeña gran contraprestación.

Porque es nuestro deber velar por todos, favorecer su mantenimiento en las mejores condiciones y apoyar todo el año a los más humildes. La fiesta debe ser el colofón a la faena diaria, y su engalanamiento el resultado principal. El de todos y, desde mi punto de vista, todas las partes de la ciudad.

Como decía, y ustedes también se estarán diciendo, los tiempos no son los mismos, han cambiado, y mucho. La vida se parece muy poco a aquella que me ha traído la memoria. La situación en esas casas es, a veces, o mejor dicho siempre, difícil, pero creo que es una labor importante tanto de la asociación y de las instituciones que colaboran en la fiesta facilitar a sus vecinos la puesta de largo de sus patios, su aseo, su engalanamiento y su mantenimiento. Y, desde luego, no permitir su definitiva desaparición. Es verdad que van quedando menos, pero no podemos dejar que se acaben perdiendo del todo. Si la fiesta ha pasado a ser institucional, y si se quiere mantener como una tradición y no como un invento más, hay una serie de responsabilidades que son de obligado cumplimiento.

Con una serie de elementos patrimoniales importantes como un Museo Municipal en formación en el magnífico edificio de El Hospitalito, a las puertas del Barrio Alto, custodiado a su vez por los rehabilitados Edificio de San Luis Gonzaga y el Palacio de Purullena hacia el sur y la Ermita de Santa Clara al norte ¿no vamos a ser capaces de dar un poco de vida a este Barrio Alto? ¿No vamos a ser capaces de incorporar algunas actividades, de incitar y animar a algunos hosteleros, por ejemplo, de darle un poco de impulso y abrir sus puertas, cerradas por el recelo, la desconfianza y el vacío, mientras se descongestionan otras zonas ya angustiadas?

¿Qué oportunidad hemos perdido? ¿Cuántas estamos perdiendo? ¿Podremos recuperar algún día ese otro lado de la ciudad olvidada? ¿Debería ser la Fiesta de los Patios su motor? Probablemente podría servir de estímulo haciendo participar a la zona y dando el apoyo necesario a los habitantes, pero eso requiere un esfuerzo y un trabajo de convencimiento al que a lo mejor no estamos dispuestos a llegar. Ahí es donde se puede encontrar el lado popular.

A veces pienso que este pueblo nuestro, bien por vicio, bien por virtud, o simplemente por desgana, gusta de presumir de glorias pasadas, de antiguas riquezas que ninguno de nosotros hemos conocido, como esas familias venidas a menos que se recrean en deslucidos blasones. Somos una ciudad con aires de grandeza, que no cuida con intención de conservar lo que aún le va quedando y tan soberbia que no quiere admitir que se está quedando atrás.

Y esta fiesta que comenzó con intención de ser popular, o eso quiero creer, se ha ido convirtiendo en un evento social como esos encuentros donde van a conocerse los que ya se conocen para lucir sus mejores galas. Y ha ido a lo fácil, a dar brillo sin esencia, sólo una llamada de atención a quienes están dispuestos, porque convencer, eso es lo difícil.

La creación de una llamada tradición ha devorado la que podría haber sido una tradición auténtica que difícilmente tendrá ya lugar porque los verdaderos patios populares, que son los del Barrio Alto, por distintos motivos, han quedado excluidos de formar parte de ella.

En una ciudad con vocación turística como es la nuestra, y parece que la única por cierto, el Barrio Alto todavía puede ser un lugar muy atractivo, además de exclusivo, uno de los más genuinos. Y un aliciente para el visitante. Y los patios su principal tesoro. Sin su participación en una fiesta que ha ido creciendo, algo de lo que creo que todos nos sentimos satisfechos, no estará completa, no será nunca lo que debió ser. Porque los patios, todos por supuesto, todos, forman parte de la identidad portuense y es deber de la ciudad, de sus gobernantes y vecinos velar por ellos y favorecer su mantenimiento en las mejores condiciones para todos.

Mientras estas líneas esperaban salir a la luz, y pasados ya los días dedicados a esta celebración, nos llega la satisfacción de su éxito. ¡Enhorabuena! Con ella, la voluntad de los organizadores de dotarla de personalidad propia y el deseo de que los patios del Barrio Alto puedan participar en futuras ocasiones. Una buena intención que ojalá no llegue tarde, aunque tengo la impresión de que después de más de dos décadas ya no viene a tiempo.

Porque sí, repito, los tiempos cambian, claro que cambian, por fortuna, pero si han llegado hasta aquí es que han permitido dejar volar también la fantasía y desear tener en cuenta conmigo: ¡Qué gran oportunidad para el Barrio Alto!

En El Puerto, sin complicar mucho los puntos cardinales, el sol sale por el río, la Bajamar, y se pone bajo la zona de La Belleza, el Barrio Alto, el más elevado, al último que le llega a luz de la tarde. Volviendo a fantasear, no permitamos dejarlo eternamente en sombra. Que esa luz del ocaso que se pierde hacia él no acabe oscureciendo definitivamente sus calles, sus casas ni sus patios, ni sus habitantes. Que no siga abandonando a la oscuridad una zona de El Puerto que presumió de mucha vida. Y que la supuesta y repetida tradición popular de esta fiesta no permita que quede definitivamente en sombra ¿O es que queremos seguir presumiendo de una ciudad en ruinas a la que de vez en cuando adornamos con lentejuelas?

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